En algún desierto punto
de la sierra norte del Perú,
donde se camina entre nubes
y el cielo con los dedos se puede tocar,
entre piedra y río está enclavado Sanagorán.
Sus hombres son de color del barro,
de indomable y valeroso carácter,
que el gélido clima no ha podido vencer.
Sin más coraza que un poncho,
colorado como el ardor de su sangre,
por enfrentar la vida, por vencer injusticias...
por ganar presencia.
En su descanso, por reponer fuerzas de flaqueza,
desaparecen su contemplativa mirada recia
en el vacío de las montañas
al ritmo de protesta de su caleador
y con el verde sabor amargo de su coca suerte.
Sus mujeres de infinita paciencia,
de voz cantada y pausada,
cuyo pudor esconden tras sus robustas polleras,
sostienen con sobrio pañolón por su espalda
la ilusión del futuro de su raza
y pintan el paisaje de la abrupta serranía
con vestimenta de chillantes colores.
Sus manos la rutina burlan con rueca de lana,
y en su hilado esconden legendarios secretos
escritos con las yemas de sus ingeniosos dedos de araña,
mientras sus huellas se dibujan en el húmedo aire
de tanto ir y venir.
Gente campesina de rostro pétreo,
que con amplias alas de sombrero de paja
cubre sus frustrados sueños de un sol justiciero
que tributo exige hasta por cada gota de sudor derramada.
Ellos tienen la fe sencilla de los niños.
Confían en ese Dios que llora
por la postración de su pueblo,
y que con sus lágrimas hace fecundar la madre chacra
entre rocas y espinas.
Aquí se detuvo el tiempo con olor a beatitud,
en espera de caminar con sus hermanos pobres
hacia la gloria prometida,
aquí en la tierra, allá en el cielo, yo no lo sé.
Por sus punas y solitarios caminos
se oye el eco silencioso del grito
de la sierra norte del Perú,
donde se camina entre nubes
y el cielo con los dedos se puede tocar,
entre piedra y río está enclavado Sanagorán.
Sus hombres son de color del barro,
de indomable y valeroso carácter,
que el gélido clima no ha podido vencer.
Sin más coraza que un poncho,
colorado como el ardor de su sangre,
por enfrentar la vida, por vencer injusticias...
por ganar presencia.
En su descanso, por reponer fuerzas de flaqueza,
desaparecen su contemplativa mirada recia
en el vacío de las montañas
al ritmo de protesta de su caleador
y con el verde sabor amargo de su coca suerte.
Sus mujeres de infinita paciencia,
de voz cantada y pausada,
cuyo pudor esconden tras sus robustas polleras,
sostienen con sobrio pañolón por su espalda
la ilusión del futuro de su raza
y pintan el paisaje de la abrupta serranía
con vestimenta de chillantes colores.
Sus manos la rutina burlan con rueca de lana,
y en su hilado esconden legendarios secretos
escritos con las yemas de sus ingeniosos dedos de araña,
mientras sus huellas se dibujan en el húmedo aire
de tanto ir y venir.
Gente campesina de rostro pétreo,
que con amplias alas de sombrero de paja
cubre sus frustrados sueños de un sol justiciero
que tributo exige hasta por cada gota de sudor derramada.
Ellos tienen la fe sencilla de los niños.
Confían en ese Dios que llora
por la postración de su pueblo,
y que con sus lágrimas hace fecundar la madre chacra
entre rocas y espinas.
Aquí se detuvo el tiempo con olor a beatitud,
en espera de caminar con sus hermanos pobres
hacia la gloria prometida,
aquí en la tierra, allá en el cielo, yo no lo sé.
Por sus punas y solitarios caminos
se oye el eco silencioso del grito
de la pobreza y del abandono
que contrasta con sus bellos paisajes andinos,
donde parece que descansa Dios.
Ahí, en Sanagorán,
donde se camina entre nubes
y el cielo con los dedos se puede tocar.
que contrasta con sus bellos paisajes andinos,
donde parece que descansa Dios.
Ahí, en Sanagorán,
donde se camina entre nubes
y el cielo con los dedos se puede tocar.