La tristeza mía precedió a mi nacimiento,
se adueñó de mis entrañas
aún ni bien había nacido.
Ella huía cual roedor
por los rincones,
en la oscuridad hacía brillar
sus ojos tétricos
y merodeaba en azoteas
arañando los tejados.
De noche nadie oía
sus ahogados alaridos,
de día marchitaba
cuanto hallaba por su paso.
Yo no sé de dónde vino
y aún no sé qué es lo que busca,
pero en mi alma está viviendo
y también está muriendo,
y se estanca en mis suspiros
tan monótonos y fríos.
En mi corazón abrió la herida
que me duele al rojo vivo,
por donde lentamente se destila
en las gotas de mi sangre.